El néctar de los lobos

Espacio de placer sensorial. Cuentos, poesía, fotografía, periodismo... empalmes creativos. Los llaman góticos, de terror, románticos, de amor, de nostalgia, de abandono, de venganza... de la vida misma. Tinta electrónica que, aun sin ser palpable, es transmisible... Un vouyerismo literario.

El néctar de los lobos



"Creo que ya no podremos vernos".

Luego de arrugarte el rostro con mis propias uñas, siento tus brazos agitando fuertemente los míos. La alternancia de mis piernas me connota que estoy corriendo; y los domos debajo de mis ojos, que hubo una fuga salada. No pulso el freno sino hasta que llego a casa. Ya en mi habitación, noto cómo pareciera haber un magneto tan fuerte entre mis manos y el segundo cajón de mi ropero que casi por instinto me dirijo hacia él. Encuentro lo que estaba buscando.

Y es que cómo no hacerlo. Me conjugaste el verbo doler en todos sus tiempos y ahora la nada me ofrece lo que desde siempre me ha guardado: el frasco con la calavera de huesos cruzados, ese néctar de los lobos que había estado reservando para una ocasión especial. Qué pleno hubiera sido: que luego de un par de días el olor nos delatara, la policía entrara a aquella habitación y encontrara un par de cadáveres sobre la alfombra, junto a la cama. Desnudos, corrugándose, pero anudados el uno contra el otro. Y así perpetuarme en ti.

Pero para eso ya es tarde. Cuando se me cuela un poco de razón, ya me veo con aquel frasco sobre mis labios, en caída perfecta hacia mi boca. El líquido entra decidido a romperme el estómago. No pasa demasiado tiempo. La sustancia ya comienza truncándome las inhalaciones un segundo tejido al otro, como si un picahielo me rasgara el paladar.

Mis ojos me arden como si una llama me lamiera las pupilas. El ácido me surca las venas y a poco voy sintiendo cómo me revienta las uniones entre ellas, una por una. Despacio. Lento, casi tanto como el tiempo que tardé en admitir que aún te amo. El calor ya es tan fuerte que estoy transpirando humo.

Apenas y ubico el sabor. Es como hígado mezclado con gasolina tibia. La chispa alcanza el charco de sangre y de inmediato comienzo a incendiarme por dentro. El hedor es tan oscuro que me apesta el corazón.

Estoy vomitando sangre negra. Qué suerte tan hija de puta: me tragué el veneno y el veneno terminó tragándome a mí, como un arsenal de pirañas carcomiéndome los pulmones. Me quedo en horizontal. La sangre se me anega en el cerebro y en la espalda. Apenas y puedo entrecerrar los ojos.

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