El néctar de los lobos

Espacio de placer sensorial. Cuentos, poesía, fotografía, periodismo... empalmes creativos. Los llaman góticos, de terror, románticos, de amor, de nostalgia, de abandono, de venganza... de la vida misma. Tinta electrónica que, aun sin ser palpable, es transmisible... Un vouyerismo literario.

Bajo las paladas de tus abismos




¿Cómo llegaste hasta aquí? Si apenas anteanoche nos despedimos y dijiste que me llamarías para planear sabediosquécosas. Ahora soy yo quien llega a tu nueva casa, hoy me toca ser quien te despide, tallando con las yemas de los dedos el cristal cuadrado que divide tu cuerpo pálido de mis manos rosadas.

Tu madre también parece algo muerta. Jamás te educó para jalarte un gatillo. Y no lo hiciste, pero llegaste al mismo punto. Te hilaste de las vigas del techo de tu casa. Respiraste. Con la gravedad a tope y la mirada en el abismo, tus pulmones se inflaron al compás de las astillas de la soga, que no tardaron en picarte el cuello. Y con la punta del pie derecho tiraste el banco.

Y ahí quedaste expuesto, como un dije humano.

Pero hoy de lo humano sólo te queda el atuendo. Tu tía Mercedes se encargó de comprarte un ajuar a la medida. “Para que mi Nacho no llegue a la tierra de Dios con los trapos que siempre vestía”, le oí decir. Yo sólo le menté la madre con la mirada y me acerqué a ti para verte por última vez. Ahora sí por última vez. Me prometí tantas veces asesinarte que, ante mi desidia, mejor fuiste tú quien cogió la soga. Antes de que yo lo hiciera con mi propio cuello.

Aquella era nuestra despedida. Ya no tendré el vértigo de contemplarme cayendo ante tus muslos. Jamás volveré a morder la periferia de tus oídos. Ni tú podrás atravesarme la piel con tus palabras, esas que me decías, tan cargadas de ti que cada día se me enterraban más entre las hebras del cerebro.

Un funeral y la humillación pública deberían ser sinónimos, ¿no crees? Te cercan en una caja de madera, te levantan una portezuela para que todos te miren el rostro marchito y te escupan sus lágrimas, luego te pasean por las calles y al final te hunden en la tierra. Y te rocían tantas paladas de tierra negra como si te fueras a escapar. Es tarde, Nacho está muerto. Yo ya lo había matado.

El entierro fue lo mejor. Con la primera palada, tu tía Magdalena comenzó a gritar dolor. Segunda palada, tu primo Enrique conoció el olor de la muerte. Por la tercera palada, tu primita Gina aprendió a sentir miedo. Y por ahí de la vigesimoséptima palada, por fin pude sonreír. ¿Quién terminó destruyendo a quién?

Los enterradores aplanaron el ahora suelo. Sólo hasta entonces pude soltar la carcajada... porque sólo hasta entonces fue cuando en el fondo de la tierra supe que abriste los ojos.

Y comenzaste a arañar las paredes de tu propio ataúd…

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