El néctar de los lobos

Espacio de placer sensorial. Cuentos, poesía, fotografía, periodismo... empalmes creativos. Los llaman góticos, de terror, románticos, de amor, de nostalgia, de abandono, de venganza... de la vida misma. Tinta electrónica que, aun sin ser palpable, es transmisible... Un vouyerismo literario.

Me gusta cuando me dueles

Me gusta cuando me dueles de esta forma.
Tan honda, tan fuerte.
Tan tuya.

Hoy quiero tus labios bifurcando mapas en mis planisferios.
Levanta tu bóveda celeste y regálame una vía láctea.
Y déjame beberme todas sus estrellas.

Nos gusta cuando nos añoramos de esta forma.
Tan insistente, tan mutua.
Tan nuestra.

Hoy quiero tus Medusas callejeando mis Perseos.
Quiero verlas justo a los ojos.
Y déjalas que vuelvan piedra mis deseos.

La soledad se frota las manos.
La desgracia se moja los labios.

Te gusta cuando me deshago de esta forma.
Tan visceral. Tan pura.
Tan mía.

Regálame tu dolor


Hoy me dejaré morir por ti.

Ya no tendrás lágrimas. Las he bebido de los cántaros de tus ojos.

Ya no sentirás melancolía. Te la arranqué del corazón.

Así que recomienza tu vida y regálame tu dolor.


Y del cielo ni te acuerdes.

Que ya lo cubrí con telas de nubes negras.

Y a tus fantasmas ni los menciones.

Que mis historias los han ahuyentado.


Déjame recetarme toda tu amargura.

Que a mí ya ni efecto me hace.


Pero si mis palabras no te ayudan.

Me arrancaré las cuerdas vocales para ahorcarme con ellas.


Y si tu casa se tiñe de gris, te ofrezco un ramo de lunas.

Ponlas en tu mesa cuando te sobre nostalgia.

Y cuando deseches todo tu dolor y logres una sonrisa.

También deséchame a mí.

Culto perpetuo


Visiones de la muerte en el mundo


Muerte. Para algunos, cesación de la vida; para otros, un paso en el proceso espiritual. Pero para todos, una puerta hacia el misterio. La historia está hecha de vidas, casi tanto como de muertes. Los ciclos inician, lo que sube baja y lo que resiste persiste. Es la vida. Es la muerte.


Desde que el mundo es mundo, la vida deja huellas… y junto a sus pasos va la muerte, tan serena, tan cercana, tan inmediata, tan incansable, caminándole a la par. Y cada cultura tiene su forma de mirarla: desde lo sagrado hasta lo mundano, y desde lo ritual hasta lo cotidiano. Pero en algo todas coinciden: es poderoso el enigma que encierra la inexistencia material.


La muerte se encuentra en todos lados. En una bolsa de plástico o en la boca de una calibre 38, en un cuchillo de cocina o en la acera de una calle. “Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérela, pues, en todo lugar”, decía el filósofo romano Lucio Anneo Séneca.


Casi todas las culturas han convertido a la muerte en un personaje. Su apariencia de calavera oscura, en la visión occidental, es una prueba de ello. Los etruscos la concebían como una criatura de horrible rostro, con cabeza de Medusa o como un lobo rabioso. En Roma, se le veía como un genio triste e inmóvil con una antorcha apagada y al revés. Sin embargo, los helenos le dieron un aspecto mucho menos lúgubre: un pie alado cerca de un caduceo y encima una mariposa a punto de volar.


La muerte no necesita presentación: sólo llega y ya. Convencida de su omnipotencia, se permite tomar a sus hijos y prestarles algo de vida, la que ella decida, lanzarlos al mundo y después regresarlos a su vientre.


Y los caminos para llegar a la muerte son algo igual de inexplicable. Se puede morir tranquilo, como lo hizo el inglés Charles Chaplin, quien falleció mientras dormía (él siempre decía “Existe algo tan inevitable como la muerte: la vida”). O qué tal el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quien dedicó su último verso a esa muerte, con la que se fundió durante un eclipse total de sol, en 1870. Sus últimas palabras fueron: “Todo mortal”.


La vida también puede ser interrumpida por una decisión personal. Veamos el ejemplo del escritor Horacio Quiroga, quien murió de manera horrible y alejado de su familia. Bebió un vaso con cianuro, tras un diagnóstico de cáncer irremediable. El líquido le reventó la garganta y le estalló las hebras de la razón, poco a poco… como los pasos sigilosos que sólo la muerte sabe dar.


Se puede morir horriblemente. Fue el caso de María Antonieta, quien fuera Reina de Francia y perdiera la vida junto con la cabeza, al ser llevada a la guillotina en 1793 tras una administración llena de escándalos. Fue enterrada con la cabeza entre las piernas.


También se puede estar muerto y vivir. El poeta Paul Celan, por ejemplo, vivió el infierno en vida tras haber sufrido la pérdida de sus padres en campos de exterminio nazi. O se puede vivir en color cuando el entorno es gris: Frida Kahlo pintó sus mejores obras casi completamente paralizada, cuando su pincel fluía talento mientras su cuerpo con piel de yeso le acorazaba la figura.


Arribo inevitable

¿La muerte se encuentra? La visión libanesa, en voz de Khalil Gibrán, dice algo al respecto: “¿Quieres saber el secreto de la muerte? ¿Pero cómo habrás de encontrarla a menos que la busques en el corazón de la vida? Una vez discernidos todos los misterios de la vida, desearás la muerte, porque la muerte no es sino otro misterio de la vida”.


¿La muerte es el fin? El filósofo griego Epicuro de Samos asegura: “La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo”. Casi todas las culturas perciben a la muerte como una transición. La religión cristiana visualiza así el fin de la vida. El cuerpo físico se deteriora y no puede seguir las leyes de este universo finito. Entonces, inmediatamente vuelve a Dios.


¿La muerte duele? Habrá que esperar para ver (“No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda”: Woody Allen). Entre los judíos y musulmanes, existe la figura de Azrael, el Ángel de la Muerte. Su misión es separar las almas de los cuerpos y conducirlas para ser juzgadas. Su aspecto depende del comportamiento del individuo mientras vivía. Así, sus rasgos pueden o no ser amables y separar el alma con o sin dolor.


¿En esta vida todo se paga? Hay quienes afirman que más bien después de muertos. Y en el mundo, con diferentes nombres y mínimas variantes, las visiones culturales sobre un purgatorio sí coinciden. En Egipto, el dios Osiris pesaba el corazón de los muertos: si era ligero, era reflejo de una vida buena y podía acceder al reino; si pesaba, sería devorado. Y en el budismo, Yama es el dios y juez de los muertos.


¿La muerte se puede interrumpir o apresurar? Tras los recientes acontecimientos e iniciativas de ley alrededor del mundo, los árabes se ha manifestado en contra de la prolongación artificial de la vida, la estancia en los sanatorios y las noticias de desahucio al paciente.


¿Morir es un siguiente paso? En la civilización azteca, había dos deidades responsables de los muertos: Tonacateuctli y Tonacacihuatl, “señor y señora de nuestra carne”. Hoy, en México, la celebración por el Día de Muertos es un interesante híbrido entre la cultura mesoamericana e hispana, con ofrendas y rituales que, en sitios como Mixquic, se redimensionan (“La muerte no es más que un cambio de misión”, decía el novelista ruso Leon Tolstoi).


Visiones y luto

“La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”, decía Jorge Luis Borges. Y así como existe una visión romántica, también la muerte se reviste de una estética más diversa, como en la cultura gótica, con un ritual a la muerte que, en algunos casos, refiere a vampiros o zombies.


Hay quien dice que la vida está hecha de muertes. Por ello, celebrar la vida es ofrendar a la muerte. Es un cuello de botella al que todos, tarde que temprano, terminaremos llegando (“Diferentes en la vida, los hombres son semejantes en la muerte”: Lao Tse).


La muerte es tan inevitable como el luto. Y el luto es una manifestación del dolor. Lo cierto es que todas las muertes son lecciones de vida. Siempre que tenemos noticia de alguna es porque trae aprendizajes implícitos para nosotros. Es como decía Cicerón: “La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”. Lo importante es saber identificarlos para cuando toque nuestro turno… ese día cuando la muerte de hambre insaciable mire su agenda y, en ella, encuentre nuestro nombre.