El néctar de los lobos

Espacio de placer sensorial. Cuentos, poesía, fotografía, periodismo... empalmes creativos. Los llaman góticos, de terror, románticos, de amor, de nostalgia, de abandono, de venganza... de la vida misma. Tinta electrónica que, aun sin ser palpable, es transmisible... Un vouyerismo literario.

El par perfecto


¡Cómo amaba las canicas! Nadie me ganaba jugando con ellas. Jugando por ellas. Recuerdo que cuando cumplí ocho años mi padre me obsequió una bolsa de red atascada de esas pelotitas, tan grande que necesité ambas manos para sostener aquella orgía de vidrio.

Y donde ahora vivo, amurallado por paredes de resorte y camisas de fuerza, las canicas se han convertido en mis mundos cristalinos. Cuando las toco, siento cómo me lustran las bases de mis dedos hasta borrarme las líneas digitales. Cuando las pongo cerca de mis ojos, noto la redondez de mi nariz y la exageración de mis rasgos. Y cuando me las llevo a la boca, percibo su trayecto: inician en mi lengua, mecen la cuerda de mi campana y se estancan en mi faringe, donde tardan un rato en continuar. Después, el dolor en mi pecho me avisa que pronto las expulsaré por la cola.

Tenía de todos los tipos. De esas transparentes, blancas con morado, verdes fluorescente y hasta ámbar. Eran como botellas redondas.

Pero mi verdadero logro ocurrió cuando por fin le gané a mi primo Matías aquella canica dorada. “No mames, Mauro, devuélveme mi canica”. “Estás pendejo —le dije— te la gané limpiamente y te chingas”.

Mi canica dorada era como tener el sol. Amaba rodearla con mi dedo índice y dispararla con mi pulgar. Y las chidas pelas alcanzadas con ella me hacían ganar cada vez más canicas. La disparaba con tanta fuerza hacia las demás que a veces éstas se rompían. Y así terminaban, como cuerpos traslúcidos destazados por la furia de un asesino.

Me volví experto en cercenar canicas con la ayuda de mi oro redondo… y con la pistola que tengo por mano derecha. Y cuando comencé a practicar tiros con la izquierda, repetí mi éxito. Así nació mi interés por conseguir otra canica dorada. ¡Imagínate lo que lograría con ese par perfecto!

Pero antes de fraguar mi plan, un día mi primo Matías quebró mi sol de vidrio. Se acercó a donde practicaba mis tiros, tomó mi canica dorada y la desmembró contra el suelo. “¿Creíste que te ibas a burlar de mí, pendejo?”. Y se largó. Fue entonces cuando decidí alcanzarlo… y afilar las garras de mi mano.

Mis dedos atravesaron sus párpados. Cuando lo oí gritar supe que la sangre de sus pupilas se había mezclado con la mugre de mis uñas.

Sentí un gozo de campeonato. Ahora sí tengo mi par perfecto.

0 comentarios:

Publicar un comentario